“LA DEUDA INTERNA”, veinticinco años después. por Juan Ramón Díaz Colodrero
Con marcada expectativa se exhibió en las instalaciones de la Facultad de Medicina de la UNNE (ex Morgue) “LA DEUDA INTERNA”, película de MIGUEL PEREIRA, que fue filmada en 1987 y estrenada en 1988 y que en su oportunidad recibiera de la OCIC (Organización Católica Internacional del Cine) un Oso de Plata a la Producción Artística destacada y premio Interfilm en el Festival de Berlín, además del Cóndor de Plata a la Mejor Película Nacional, entre otras distinciones, motivo por el cual su director fue homenajeado, cabiendo destacar además que, asimismo, estará al frente de la Capacitación de Dirección de Cine y TV correspondiente al último segmento del Curso Intensivo planificado con acreditado éxito por el Nodo Audiovisual de Corrientes, con el apoyo del INCAA y aporte y coordinación de la UNNE. Desde sus primeras escenas, la obra cinematográfica atrapa al espectador sumergiéndolo en una cruenta realidad que tiene por espacio vital y físico el noroeste argentino y narra las vicisitudes de sus habitantes para sobrevivir dentro de un marco natural muy bello pero agreste y cargado de carencias de toda índole, a la vez que signado por la falta de oportunidades, lo que obliga a su gente a practicar el éxodo, al punto tal que uno de los personajes de la historia (Domingo), intenta lograr la explicación del fenómeno atribuyéndolo “…a la fatalidad, en procura de una mejor subsistencia…”. El fomento de la ignorancia y la censura cultural agudizan los efectos de aquel drama social. La llegada de un maestro rural ( interpretado por JUAN JOSE CAMERO) a la recóndita localidad de Chorcán (pequeña aldea andina), introduce una variante en la manera de convivir de los integrantes de la comunidad, provocando una serie de sentimientos encontrados que, primeramente estigmatizados por la desconfianza y luego sustentados en el afecto, calan hondo en la vida del docente y de un niño huérfano necesitado de amor (GONZALO MORALES) que, criado rústicamente por su abuela, accede luego al conocimiento y a la contención humana brindados por el educador, facilitándose así el nacimiento de un profundo sentimiento de amistad. Será luego la consolidación de objetivos comunes lo que hace que el docente y el niño se unan en la búsqueda del padre de Verónico en circunstancias extremadamente difíciles para nuestro país y así descubrirán que aquél, preocupado por la explotación patronal y asumido como sindicalista de su gremio, es uno de los desaparecidos durante el régimen militar. Dentro de ese contexto, el director plasma fílmicamente en símbolos patrios el respeto y el amor por la Nación, en contraste con episodios que ilustran acerca de la opresión y el abuso de poder, valiéndose incluso de imágenes escultóricas significativas para traducir su percepción temática. Pleno de sueños por conocer el mar, Verónico es convocado a luchar en la guerra de las Malvinas, pasando a formar parte de la tripulación del ARA General Belgrano hundido el 2 de mayo de 1982 y la trama social e histórica de que se nutre el film contará con un desenlace no deseado pero casi inevitable, impulsado por los designios de una guerra que generó fatales consecuencias, como la mortandad de jóvenes que carecían de infraestructura y preparación para afrontar el desafío bélico. Así, la película refleja con sensibilidad y crudeza situaciones conflictivas que impactan en el seno del pueblo argentino, a través de una conmovedora historia inspirada en los relatos del maestro rural FORTUNATO RAMOS y de una producción artística impecable (curiosamente asociada con el Reino Unido), ofreciendo asimismo el libro escrito por Pereira, una prolija caracterización de personajes y toques de humor finamente “aceitados”. La acción es retratada con un realismo que incluye cierta densidad y, a la vez, elocuencia poética y la saga de situaciones exhibidas refleja, sin eufemismos, el abandono y la postergación de un pueblo resignado a convivir con los avatares de su propio destino. El vínculo afianzado entre el maestro y su alumno estimulará, a través de la confianza, la ternura, el conocimiento y la solidaridad, la canalización de experiencias que enriquecen la obra y la dotan de un contenido sublime en su mensaje y revolucionario en su expresión artística si advertimos que el escenario fílmico está localizado en lugares muy lejanos del interior del país, siendo ésta una muestra pionera y cabal del sentido federalista que se ha querido imprimir al cine argentino. La exaltación a la ilusión no divorciada de la realidad, el recupero de la identidad popular perdida y la preservación de lo autóctono son algunos de los hallazgos mejor logrados en la película. La represión existente en la época de los acontecimientos, remarcada en episodios grotescos (como la búsqueda afanosa de libros políticos por parte de la policía, cuya selección recala paradójicamente en: ”Historia de la estupidez”), o el rol atribuido al burdo Comisionado, interpretado por RENE OLAGUIVEL, así como el descubrimiento de que una banderita hallada por el niño en una visita a la ciudad fue fabricada en Hong Kong, revelan la existencia de una fina ironía. Está claro, entonces, que el film aborda una temática integral y categoriza lo cotidiano en algo bello, rodeado de magia desbordante pero, a la vez, focaliza una fuerte descripción de la realidad. La fotografía es óptima y la música de JAIME TORRES ejecutada por Tocuta Gordillo está creativamente adaptada a cada configuración escénica, al igual que el sonido. La interpretación de Gonzalo Morales es creíble y enternecedora y la abuela (ANA MARIA GONZALEZ) cumple un rol memorable. El Mundial de Fútbol (en su oportunidad) y la lucha por las Malvinas (después) constituyen un muestrario en el que la mirada del director asume un protagonismo activo. Luego de la tragedia, el advenimiento de una nueva vida (simbolizado por el embarazo de la joven Juana) nos alerta acerca de la esperanza y nos introduce, en las instancias finales, en otro clima. Así, la proyección de “La Deuda Interna” constituyó un hecho trascendente.
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